Un encuentro en Nicaragua

La perspectiva de Jen Lanno


Desde el momento en que llegamos al complejo de Amigos para Cristo, fuimos "Juntos". Juntos, cavamos zanjas en Casa Blanca para que la gente de esa comunidad pudiera tener agua corriente. Juntos, participamos en la misa más conmovedora que he presenciado en Miguel Cristiano y escuchamos las historias de los miembros de la comunidad cuando nos invitaron a sus hogares. Juntos, oramos por una amiga que lucha contra el cáncer y la está ganando con la ayuda de su familia y vecinos. Juntos, ayudamos a un agricultor local a ganar más dinero en un día que en meses, preparando y plantando cientos de coronas de piña, limpiando campos y plantando árboles de cúrcuma y mango. Juntos, removimos tierra y creamos hoyos para los cimientos de una nueva escuela para cientos de niños que tienen la bendición de recibir clases en una escuela donde reciben oportunidades que nunca habrían tenido sin la organización Amigos para Cristo.


Todas estas experiencias me han abierto los ojos a las bendiciones que tengo en la vida. Sin embargo, la experiencia que más me cambió la vida como madre fue ver a mi hijo y a otros adolescentes convertirse en las manos, los pies y el corazón de Jesús. Trabajaron arduamente bajo el calor, jugaron con los niños y sonrieron como nunca antes. Cuando eres padre o madre y ves crecer la fe en el corazón de tu hijo, tu corazón también crece. ¿Conoces esa sensación? Eso fue exactamente lo que sentí y no olvidaré esa oleada de orgullo.



Otra cosa que tuve la gran suerte de aprender es que tenemos feligreses increíbles aquí en San Juan Vianney. Personas que trabajan juntas, rezan juntas y crecen juntas; personas que caminan al lado de otros y quienes nos sostienen cuando necesitamos apoyo. Todos somos amigos y estoy transformada y agradecida para siempre.


“Hijitos, no vivamos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” 1 Juan 3:18